jueves, 15 de marzo de 2012

Un cuento sin princesas...

Érase que se era un principe desenamorado del propio amor...

Sin duda alguna puedo afirmar que es irónico a veces el destino, pues es capaz de retorcerse, cual pitón asfixiando a su presa, para que la sorpresa que deba llegarte sea verídicamente eso, sorprendente. Yo me encontraba vagando entre los días y las noches sin ninguna meta a la vista, excepto la de seguir siendo yo mismo a pesar de las adversidades que la vida se había empeñado en colocarme delante, cuando una noche, que se diferenciaba del resto tan sólo en la programación televisiva, un príncipe decidió pedir permiso para cruzar las murallas que yo había colocado delante de todo ser viviente que quisiera acercarse a mí. Mi miedo y mi curiosidad, (definida por mis dos hadas madrinas como picardía) luchaban cuerpo a cuerpo para determinar si éste nuevo personaje, de la trama a la que la gente llama vida, traspasaría las mencionadas murallas y llegaría hasta mi presencia. Finalmente, el miedo fue derrotado y pudo llevarse a cabo el encuentro. Lo que jamás llegué a imaginar es que tal encuentro fuera una de las mejores noches de mi vida y, lo mejor, haciendo cosas que se podrían catalogar como básicas (hablar, ver pelis y comer palomitas sentados en el sofá). La mañana siguiente me sentí más infantil que nunca pues realmente creí vivir un cuento ya que las condiciones así lo favorecían: cielo despejado con su correspondiente sol brillando por la ventana, ese príncipe durmiendo mientras yo no podía apartar mi mirada de su rostro, y ningún obstáculo que pudiera hacerme levantar de la cama, sólo me podía permitir el lujo de disfrutar del momento. Pero era obvio, él se despertaría y tendríamos que separarnos sin yo saber si habría un nuevo encuentro entre nosotros. Mi felicidad era el cúlmen de ese día y fuí desbordándola allá donde iba. Las horas pasaron, la luna y el sol se intercambiaron los puestos y llegó, el príncipe dio señales de volver a encontrarse conmigo añadiendo, por tanto, la luz que sólo la ilusión puede añadir a un rostro. Una nueva y fantástica noche tuvo lugar en mi vida, creando en mí la necesidad de volver a reencontrarme con el nuevo monarca. Así fue, las citas fueron cada vez más cercanas en el tiempo y poco a poco, aquellas murallas que en un principio el príncipe tuvo que atravesar con mi permiso, fueron derrumbadas dejando visible todo un paraíso que pude descubrir gracias a Él. Actualmente sí, somos felices (lo de las perdices preferimos dejárselo a los cuentos populares) y comemos da igual el que, siempre que sea juntos. 

Te Quiero.

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